Hoy en día, es muy habitual que las ciudades cuenten con un pulmón, con un espacio rodeado de asfalto y edificios que proporciona a la urbe el oxígeno necesario para continuar su día a día. Por ello, hoy nos disponemos a bucear en el Campo de San Francisco, en su origen y evolución a lo largo de más de 700 años.
Situado fuera de las murallas del Oviedo medieval, esta zona era un auténtico bosque alejado de la urbanización allá por el siglo XIII. Tal y como señala la tradición, éste sería el lugar elegido por San Francisco de Asís para hacer un descanso en su camino hacia Santiago, decidiendo establecer allí una pequeña ermita. Leyenda o no, lo cierto es que al poco tiempo, se instala en el lugar el convento de la Orden de frailes franciscanos, citado ya en la documentación del año 1243.
Propiedad de los frailes, con el paso del tiempo, serán los ciudadanos quienes frecuenten el lugar con mayor y mayor asiduidad. De esta manera, en 1534, los franciscanos deciden ceder el bosque y prados de sus alrededores para uso y disfrute de la ciudadanía. Por aquellos tiempos, tenía una extensión mucho mayor de la actual, abarcando la actual calle Uría, la plaza de la Escandalera hasta la Magdalena del Campo (hoy calle Pelayo); por el norte se confundía con los terrenos de Llamaquique, y la actual calle del Marqués de Santa Cruz estaría destinada a zona privada y huerto del convento.
De entre las variadas actividades que acogía el Campo de San Francisco, me gustaría destacar una que tuvo lugar un 23 de enero de 1590. Según escribió Tirso de Avilés, unos 3000 hombres pertenecientes al Tercio de 24 Banderas llevaron a cabo un ensayo de una verdadera batalla, siendo todo un espectáculo para los ovetenses ver a aquellos arcabuceros, mosqueteros y piqueros combatiendo como si de una guerra se tratase.
Con esta cesión, se comienzan a abrir caminos y paseos que irán mermando la frondosidad del bosque. Sin embargo, propiedad de la Iglesia, ésta se opondrá a las tentativas especuladoras que ya desde el siglo XVIII tratarán de ir acabando con el bosque en favor del supuesto desarrollo de la ciudad.
Sin embargo, en 1845, a consecuencia de la desamortización de Mendizábal, la propiedad de éstos terrenos pasará a manos de las autoridades civiles. Con ello comenzarán una serié de transformaciones que acabarán con aquel frondoso bosque franciscano para crear un parque más acorde a la época y a las necesidades de sus ciudadanos. De esta manera, parte de éstos terrenos se convierten en Jardín Botánico, en manos de la Universidad de Oviedo.
Las nuevas necesidades urbanísticas irán recortando el Campo hasta que alcance su actual extensión. La apertura de las calles Santa Susana (1858), Uría (1874), Conde de Toreno (1886) y Marqués de Santa Cruz (1889) acabarán encerrando el pulmón ovetense ante la expansión de la ciudad. Dentro de éste terreno perdido por el Campo se encontraba el famoso roble denominado Carbayón, árbol que cedió a la calle Uría y que acabó siendo talado y subastado por 192 pesetas. Desde ese momento se le considera símbolo de la ciudad, de ahí el apodo de sus ciudadanos, conocidos como “carbayones”.
A partir de entonces, ya a finales del siglo XIX, el bosque dará lugar a un parque urbano, al estilo inglés tal y como marcaba la moda del momento. Es el momento en que se construye el quisco de la Música y se inauguran la Fuentona del Bombé y la Fuente de las Ranas; también por aquel entonces se construyó un lago artificial de unos 3000 m2, conocido como “el mar de Oviedo”, donde los carbayones podían disfrutar de paseos en barca rodeados de peces. Dentro de este lago se encontraba una isleta con un palomar, conocido como el tornillu, el cual, tiene el honor de inaugurar la iluminación eléctrica en Oviedo.
En 1904 se produce el derribo del antiguo convento e iglesia de San Francisco, que habían dado origen al Campo, para la construcción del actual Palacio de la Diputación.
Desvinculado ya de sus orígenes, seguirán las transformaciones en el parque. A comienzos de siglo XX se decide instalar un pequeño Zoo e incluso un cine, el Cinematógrafo Fandiño del Paseo de los Álamos, instalado en 1908 cerca de la actual estatua de José Tartiere, que data de 1933. También a comienzos de siglo se construyó un original palomar, el “Tornillu”, obra de Ildefonso Sánchez del Río, famoso por construir la tribuna volada del Estadio de Buenavista, primera en España de esas características; en 1925 se trasladó el pórtico de la iglesia de San Isidoro desde la plaza del Paraguas hasta el lugar que ocupa actualmente en el parque.
En tiempos de la dictadura numerosos paseos adoptarán nombres vinculados al régimen que, lógicamente, en la actualidad sustituidos por sus originales. Las imposiciones morales características de periodo acabarán con lugares como la Rosaleda o la Fuente de Neptuno, debido a ser frecuentadas por parejas de jóvenes en actitudes “demasiado efusivas” para la época.
A lo largo de los años 50 y 60, el Campo empezará a acoger a distintos animales, como la entrañable pareja de osos, Petra y Perico, así como un grupo de ciervos y una jaula de cristal para albergar pájaros, entre otros animales; hoy reducidos a ardillas, pavos reales, patos y cisnes.
A finales de siglo se reconvierte la antigua guardería “La Granja”, construida tras la guerra Civil, en biblioteca municipal. Ya en periodo se acondicionan los paseos, se construyen bustos y estatuas que terminarán de confeccionar aquel bosque visitado por San Francisco de Asís en actual parque urbano.